Supongo que soy uno de esos «clictivistas». Firmo peticiones y envío correos en respuesta a solicitudes por causas que considero loables, calculando que no hará daño y que incluso podría ayudar, aunque sea un poquito. Envié recientemente al gobernador de Arkansas, Asa Hutchinson, un correo en que le pedía hacer todo lo que estuviese en sus manos para ayudar a los refugiados y proteger a los residentes de oriente medio de la orden ejecutiva de Trump que ataca a los inmigrantes de siete países predominantemente musulmanes.
Hutchinson (o más bien un miembro de su personal de servicios constituyentes, Mariano Reed) respondió, de manera predecible, con una declaración genérica y esquiva que en realidad no era ninguna declaración. «[…] complacidos y agradecidos por la compasión y el efusivo apoyo de parte de los arkanseses por el bienestar de los refugiados», bla, bla, bla, «[…] alentador y refrescante que los arkanseses muestren tal deseo de ayudar a nuestros semejantes en tiempos de angustia», bla, bla, bla, «[…] aunque la mayoría de refugiados que vienen EE.UU realmente están huyendo del peligro que existe en su país natal, quienquiera que venga a Estados Unidos como refugiado debería ser investigado apropiadamente para proteger nuestra seguridad», bla, bla, bla, «particularmente sensible a asuntos de seguridad, especialmente a los que se relacionan con el terrorismo internacional», bla, bla, bla, «[…] balancear la compasión de este gran país con las inquietudes de seguridad en este contexto posterior al 9-11».
En otras palabras, precisamente nada. Me recuerda al político en alguna historia de ciencia ficción cuya declaración política, al ser traducida a lógica simbólica, luego de que todos sus elementos contrarios se cancelaran entre sí, era una absoluta nulidad a la hora de declarar sus intenciones. Si H. L. Mencken siguiera rondando entre los vivos, probablemente encontraría el lenguaje de Hutchinson más digno de mofa que el de Harding.
Y este balance retórico entre la preocupación humanitaria y el miedo al terrorismo es una falsa equivalencia en la misma medida que esos programas noticiarios que muestran a un vocero de «ambos lados» en cuestiones como el cambio climático, el creacionismo de la tierra joven o la teoría de la tierra plana. Sus miedos a actos de terrorismo por parte de refugiados sin inspeccionar son un puro disparate. Ya hubo, de hecho, bastante inspección a los refugiados. Y los refugiados que vienen de los siete países con el veto musulmán de Trump han matado cero — contados, cero — estadounidenses en ataques terroristas durante los últimos cuarenta años. Diecisiete personas de estos países han intentado realizar ataques terroristas en los últimos cuarenta años — la mayoría de los cuales fueron organizados en realidad por fuerzas federales de la ley en operaciones policiales carnada, y que resultaron en el arresto de «conspiradores» cuya competencia y credibilidad eran virtualmente nulas.
Entre tanto, el grueso de ataques terroristas domésticos en años recientes lo han cometido fundamentalistas blancos con banderas confederadas. Y, por supuesto, ya sabemos a quién apoyaron estos como presidente. Nunca me cruza la mente, cuando veo un inmigrante o musulmán de oriente medio, ponderar su potencial para recurrir a violencia irracional. Cuando veo a un buen chico con una bandera confederada o una pegatina de Trump, por el contrario, la posibilidad me ronda en la cabeza. Personas de esta clase atacan musulmanes todo el tiempo (así como sijes, hindúes y sabrá Dios qué otros, ya que son demasiado lerdos para conocer la diferencia). Las historias sobre musulmanas que son asaltadas públicamente y cuyos hiyabes les son arrancados; las historias de mezquitas, sinagogas e iglesias negras incendiadas o pintarrajeadas con esvásticas, parecen tornarse el pan de cada día. Y no son musulmanes los que hacen esto.
No estoy para nada preocupado por la «seguridad» en lo tocante a los refugiados sirios. Nadie, excepto por los idiotas crédulos atrapados en la propaganda derechista de políticos hambrientos de poder, está ansioso por que se expanda el poder del estado.
Lo que me preocupa — y mucho — es el intento de expandir el estado policial. Tenemos un presidente que irrumpe en las vidas de algunas de las personas más vulnerables del mundo, que amenaza con enviar tropas federales a Chicago, que hace bulla acerca de una supresión de votantes a nivel federal a gran escala para detener un «fraude» inexistente, que faculta a las fuerzas de la ley para acometer búsquedas sin órdenes judiciales a cien millas de la frontera sobre la base de «sospechas», y que provee a la policía local con blindaje político para cometer actos de brutalidad y asesinato impunemente. Y, al mismo tiempo, tiene a un fascista, el anterior editor de un sitio web de derecha alternativa y de supremacía blanca, susurrándole al oído.
Los estados utilizan falsas «amenazas» de toda clase para asustarnos a fin de conferirles poderes — poderes que estos emplean para amenazarnos de verdad.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 21 de febrero de 2017
Traducción del inglés por Mario Murillo