Estados Unidos experimentó recientemente su primera ola de redadas antiinmigración luego de la elección de Donald Trump, quien hizo de la deportación masiva de inmigrantes «ilegales» una parte central de su campaña. Pese a que los oficiales del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE por sus siglas en inglés) afirman que estas redadas estaban dirigidas a individuos con un pasado judicial criminal, grupos de derechos de inmigrantes disputan esta afirmación, argumentando que las personas respetuosas con la ley también estaban siendo objeto de dichas redadas. Al menos un hombre sin pasado criminal fue arrestado; se le había concedido el derecho a vivir y trabajar en EE.UU bajo la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en inglés) de Obama.
Las órdenes ejecutivas de Trump sobre la inmigración pueden expandir las prioridades de la ICE para incluir a personas respetuosas con la ley, pero su renovado énfasis en la deportación masiva no carece de precedentes. No debemos olvidar que Barack Obama presidió la deportación de un récord de 2.4 millones de personas.
La obsesión del actual presidente con muros fronterizos y medidas severas contra inmigrantes proviene de miedos y equívocos infundados. Los inmigrantes cometen, de hecho, menos crímenes que los estadounidenses nativos, ¡y muchas (si no es que la mayoría) cosas que el estado considera crímenes no deberían proscribirse en primer lugar! La inmigración no autorizada de México – el país que Trump señala consistentemente como una causa prevalente de los infortunios de Estados Unidos – ha estado disminuyendo desde 2009. Los inmigrantes sencillamente no representan la amenaza que Trump les atribuye.
Mucho de esta histeria se basa en la premisa falaz de que el estado debería estar protegiendo a los trabajadores estadounidenses de la competencia o la idea de que este debe preservar alguna vaga noción de pureza cultural estadounidense blanca. Ambas cosas son la antítesis de una sociedad libre. La verdadera libertad implica libertad para viajar por el mundo en busca de una mejor vida, irrestricta por líneas en la arena dibujadas por el gobierno. La verdadera libertad significa también libre asociación. Merece la pena notar también que la población inmigrante estadounidense gasta millones de dólares en la economía del país. Fuera de todo, la competencia que proveen beneficia al consumidor estadounidense mediante una división del trabajo más grande, lo cual se traduce en precios más bajos.
Es francamente desagradable escuchar a individuos que afirman favorecer un «gobierno más pequeño» o «mercados libres» vitoreando a hombres armados que separan familias secuestrando y deteniendo hombres, mujeres y niños en nombre de las líneas arbitrarias que separan a los estados nación. Estos defensores del status quo a menudo emplean erróneamente argumentos tipo «la ley es la ley». Las libertados que poseemos fueron posibles por la desobediencia civil ilegal de leyes injustas, y nuestras restricciones de inmigración actuales son monstruosamente injustas.
La única solución de libre mercado a la inmigración ilegal es la legalización del movimiento libre y pacífico para todos. Esto es especialmente cierto para refugiados y personas provenientes de partes del mundo (que las hay muchas) en cuyo empobrecimiento y desestabilización el gobierno de EE.UU ha jugado algún papel. No deberíamos impedir que las víctimas de los regímenes más opresivos del mundo voten con sus pies.
Si bien tengo empatía por aquellos que no quieren que recién llegados accedan al estado de bienestar, la meta primordial debería ser volver el estado de bienestar obsoleto: preferiblemente por medio de la expansión de la ayuda mutua y la abolición de políticas regulatorias, aplicación de propiedad intelectual, requerimientos de zonificación y leyes de licencias que enriquecen a una reducida élite mientras las masas se empobrecen. Luchar contra el estado de bienestar mediante la restricción del libre movimiento y la asociación voluntaria es combatir un mal menor con uno más grande.
Eso es verdad especialmente cuando las «soluciones» propuestas involucran redadas desestabilizantes y un muro fronterizo de estilo soviético de muchos miles de millones de dólares. No solo es autoritario, sino que además es moralmente incorrecto negar a aquellos que buscan una mejor vida la habilidad para hacerlo libremente. El autoritarismo fronterizo es una forma de estatismo tan desagradable como cualquier otra.
Artículo original publicado por James C. Wilson el 6 de marzo de 2017
Traducción del inglés por Mario Murillo