Durante finales de la década de 1880, un fiero debate se desencadenó en las páginas del periódico libertario Liberty en torno a los enfoques anarquistas egoístas e iusnaturalistas. (Las numerosas contribuciones a este debate estarán disponibles pronto en la biblioteca en línea del instituto Molinari. Mientras tanto, para más detalles véase la obra de Frank H. Brooks The Individualist Anarchists: An Anthology of Liberty (1881-1908), o el trabajo de Wendy McElroy The Debates of Liberty: An Overview of Individualist Anarchism 1881-1908.)
Los egoístas argumentaban que no podía haber bases racionales para que una persona cualquiera reconociera una autoridad sobre su propia razón, o para anteponer alguna meta a su propia felicidad. Por ende, rechazaban la «moralidad» al considerarla jerigonza metafísica, concluyendo que nadie tiene razón para aceptar ningunos principios de conducta, anarquistas o no, salvo en tanto que aceptar esos principios sea estratégicamente efectivo en la promoción de los intereses propios.
La anarquista consistente, insistían, no debería aceptar limitaciones que no haya escogido, morales o políticas, con base en su voluntad soberana. Los proponentes iusnaturalistas argumentaban que el respeto a la inviolabilidad de los derechos de otras personas es un sine qua non del anarquismo. Incluso si la anarquista respeta los límites anarquistas en la práctica, «algo de lo que los iusnaturalistas no se sentían demasiado seguros», esta debe, no obstante, preservar en principio la potestad de imponer a otros su voluntad si juzga que ello redundará en su interés propio. Por ende, la egoísta debe considerar la libertad de los otros como un obsequio revocable de ella para ellos, en vez de como un derecho inherente; pero esto equivale a tomar la actitud de un regente con sus súbditos, no de un anarquista con sus pares. La anarquista consistente, argumentaban los iusnaturalistas, debe rechazar el egoísmo a favor de una ley moral universal y vinculante.
He afirmado por mucho tiempo que la filosofía griega y el libertarismo moderno son aliados naturales, hechos a la medida el uno para el otro, no porque sean similares, sino porque por medio de sus diferencias cada uno puede solventar las deficiencias del otro. Este debate en Liberty es otro ejemplo. Ambos lados de este debate compartían una premisa común: que el respeto por los derechos del otro no es en sí mismo un componente de nuestro interés propio. De esta premisa se sigue que uno debe escoger entre poner primero los intereses propios y considerar que los derechos de otras personas tienen peso intrínseco. Mas esto es precisamente lo que impugna el eudemonismo clásico, la teoría moral iniciada por Sócrates, desarrollada de diversas maneras por Platón, Aristóteles y los estoicos, y aceptada por casi todos los filósofos morales de peso antes del renacimiento, incluidos Cicerón y Tomás de Aquino.
De acuerdo con el eudemonismo clásico, el interés propio es efectivamente el criterio supremo para una acción correcta, pero nuestro verdadero autointerés estriba en vivir una vida de prosperidad humana objetiva. Actuar de forma acorde con la virtud de la justicia no es un mero medio para alcanzar tal prosperidad, es parte de esa prosperidad. De allí que, entendido apropiadamente, el interés propio requiera que atribuyamos valor, «y no meramente valor estratégico», a comportarnos de manera justa con otros. De allí que el eudemonista clásico pueda adoptar la insistencia del egoísta de la supremacía primordial del autointerés y la insistencia iusnaturalista de la sagrada autoridad de la justicia.
Se me podría replicar: «pues está bien que el eudemonismo clásico pueda reconciliar los dos lados del debate, pero ¿por qué habríamos de creer que el eudemonismo clásico es veraz?» Mi respuesta es que el hecho de que el eudemonismo clásico pueda reconciliar ambos lados del debate en Liberty es en sí mismo una razón extremadamente buena para pensar que lo es. (Al decir esto, invoco una epistemología moral coherentista de estilo griego que no me explayaré defendiendo aquí. Pero véase mi artículo The Basis of Natural Law, mi libro Reason and Value: Aristotle versus Rand, y mi reseña de la obra Ethics As Social Science de Leland Yeager)
Desde luego, la clásica postura eudemonista del contenido de la justicia entrañaba generalmente poca semejanza al anarquismo individualista. Pero por ello mismo las ideas de los filósofos griegos requieren de tanta corrección de parte de las ideas libertarias como las ideas libertarias requieren de corrección de parte de los griegos. Simbiosis, chico.
Artículo original publicado por Roderick Long el 21 de diciembre de 2013
Traducción del inglés por Mario Murillo