En movimientos como la lucha por justicia económica o contra el estado autoritario (Occupy, Black Lives Matter, etc.), vemos usualmente argumentos a favor de la «diversidad de tácticas» de parte de radicales en contra de la crítica liberal de las tácticas de Bloque Negro como destrozar ventanas y cosas de ese tipo. Aún hay muchas críticas de esa clase — por ejemplo, reacciones liberales a los destrozos a ventanas del Bank of America, el incendio de limusinas o partirle su omnipotente cara a la celebridad neonazi Richard Spencer. Últimamente, empero, desde la elección de Trump, creo que ha habido por lo menos igual cantidad de críticas — muchas de ellas desdeñosas — de parte de izquierdistas que desestiman las tácticas liberales como las marchas pacíficas, las correcciones fácticas de las mentiras de Trump, las denegaciones de legitimidad, etc., al considerarlas ineficaces («así no es como se vence el fascismo»). Y yo creo que apelar a la diversidad de tácticas es algo que aplica tanto a este último caso como al primero.
Primero que nada, es verdad, como sostienen varios críticos de izquierda, que a los votantes forofos fascistas de Trump simplemente no les interesa si los comentaristas liberales, los periodistas convencionales o los sitios web verificadores de información prueban que sus afirmaciones son mentira; simplemente se ríen. Y simplemente se ríen de las aseveraciones recurrentes tipo «esto no es normal» de parte de liberales que juzgan la conducta de Trump y sus acólitos con base en estándares de libros de urbanidad sobre comportamientos legítimos.
Pero ese no es el punto. No estamos hablando de convertir fascistas o racistas jurados; puede que estos sean su base, pero constituyen probablemente menos de la mitad del total de votantes de Trump. El voto a favor de Trump incluyó un número robusto de personas que optaron por él de mala gana y que ya están experimentando arrepentimiento de comprador. Algunos de ellos votaron por un hombre negro en 2012, mas no podían digerir a Clinton. Pese a lo mala que es, realmente me dejan pensando aquellos que consideraban a Clinton menos tolerable que Trump; pero, sea como fuere, no se trata de fanáticos, y más de ellos cada día se arrepienten de su decisión. Y luego están aquellos que votaron por Obama y que normalmente hubiesen votado por los demócratas este año, pero se quedaron en casa porque … bueno, ya saben por qué. Todos estos grupos son accesibles si se les exponen las mentiras de Trump, si se les muestra en qué medida este los perjudica materialmente y si se les señalan sus extremas desviaciones de lo que previamente eran los estándares de normalidad.
No estoy diciendo que estas cosas basten por sí mismas. Se les debe combinar con alguna demostración — incluso una pequeña — de que la resistencia existe y de que es eficaz. Ello nos llega en cierta medida con las protestas poselectorales, y en una mayor medida mediante acciones concretas nacidas de grupos de presión y oficiales estatales y locales que demuestran su interés por resistir intromisiones federales autoritarias. No obstante, las manifestaciones del día de investidura presidencial y las marchas de mujeres alrededor del globo — solamente en Washington la asistencia fue del doble de la escuálida concurrencia en la toma de poder de Trump — fueron una gigantesca muestra de la voluntad de resistir.
John Robb, un teórico de seguridad nacional que se especializa en movimientos de resistencia en red y que escribe para Global Guerillas ve todo ello como la chispa potencial para lo que él llama «insurgencia de fuente abierta» en contra de Trump («The Open Source Protest to Oust Trump», 21 de enero). Ha empleado ese término en el pasado para referirse a Al Qaeda Iraq, el movimiento de la plaza Tahrir, M15 y Syntagma, Occupy y las insurgencias a favor de Sanders y Trump el año pasado.
La Marcha de las mujeres proveyó lo que Robb llama una «promesa creíble», lo cual es esencial para las insurgencias de fuente abierta. En términos prácticos, se trata más o menos de lo que yo describí como una demostración de que la resistencia existe y es eficaz. Ello inicia una coda de ulteriores protestas, las cuales fortalecen la promesa creíble y generan aún más protestas. Estas han tumbado regímenes autocráticos como los del Sha, Ceaucescu y Mubarak.
Robb desestima las críticas que aseveran que los asistentes a la Marcha de las mujeres o todos los potenciales componentes de una insurgencia antiTrump no están en sintonía en lo tocante a objetivos y tácticas. Al igual que los liberales y los miembros de la izquierda verticalista que desestiman Occupy por no tener «representantes y una plataforma», estas críticas pasan por alto lo importante. Lo único en torno a lo cual necesitan estar de acuerdo es la demanda de que Trump se marche y sea remplazado por alguien o algo que no sea tan intolerante o plutocrático como él.
Y no necesitan concordar en materia de tácticas u operar con base en un solo libro de estrategia. Harto mejor sería un movimiento de movimientos estigmérgico que no necesite pedir autorizaciones, con plenitud de subcorrientes, tendencias y grupos afines comprometidos con lo que sea que les haga sentirse más cómodos y en lo que sobresalgan. Lo más extremo que se requiere es dejar de ser tan severos los unos con los otros a la hora de tolerar la diversidad de tácticas, o por lo menos invertir un mayor esfuerzo en combatir a Trump que en criticar los métodos del otro.
A todos mis colegas miembros del movimiento occupy del lado izquierdo del espectro anti Trump, me gustaría agregar que, nos guste o no, no ganaremos sin la ayuda de los liberales y de citanos del centro-izquierda — incluyendo a los que votaron por Clinton e incluso a aquellos que siguen apoyándola. Y nos guste o no —con el debido respeto que se merece Robb— a falta de juicios políticos, es menos probable que Trump sea removido del cargo por una insurrección o sea remplazado por un soviet de deputados obreros, que por un candidato democrático en 2020. Digo, sin ofrecer disculpas, que esto será de ayuda para nuestra causa. Sostuve anteriormente, cuando pensaba que era probable que ganara Clinton —pese a que sea un halcón de guerra neoliberal, autoritaria y terrible— que la suya sería probablemente una administración con cuidados, en que el país y el partido demócrata se moverían más hacia la izquierda. Y, más importante, sería un entorno más conducente hacia transformaciones sociales económicas y tecnológicas por fuera del estado en aras de la descentralización económica, la autogestión y las instituciones en red, y la producción paritaria basada en los comunes sin temor a la represión estatal a gran escala. Creo que estos cambios continuarán durante los cuatro años de Trump; pero continuarían igual de rápido incluso bajo el demócrata neoliberal más descaradamente oportunista (piénsese en Cory Booker), así como habrían continuado bajo una administración Clinton. Y dada la forma en que los berniecratas han empezado ya a tomar control de la maquinaria partidista en estados donde él ganó las primarias, y el remplazo de un contingente cuatrenial de Baby Boomers por mileniales, hay una buena probabilidad de que el nominado demócrata del 2020 sea significativamente mejor que Clinton o Booker.
Sea como fuere, como anarquista que soy, no veo la política electoral como la vía principal — o incluso como una vía significativa — para llevar a cabo una acción positiva que construya la clase de sociedad que queremos. Pero, nuevamente, no ofrezco disculpas por ofrecer ayuda a aquellos que pelean para remplazar el actual régimen con uno que nos conduzca más a nuestro proceso de construcción de contra-instituciones.
Entre tanto, las manifestaciones masivas no son la única clase de resistencia de que disponemos; las divisiones en el seno del estado amenazan con debilitar severamente a Trump. Pese a que no son exactamente nuestros aliados, los grandes bloques dentro de la maquinaria — incluyendo no solamente a oficiales a nivel estatal y local, sino asimismo a miembros descontentos de la burocracia permanente y el «Estado Profundo» a nivel federal — estarán probablemente resistiendo calladamente y realizándole a Trump llaves inglesas de maneras que escasamente podemos imaginar. Estas incluyen sabotaje mediante retrasos burocráticos y huelgas de celo, así como fugas en todos los niveles de la burocracia. Malcolm Gladwell recalcó en una reciente entrevista que se tratará de la época en que con mayor facilidad los periodistas encontrarán los trapos sucios de parte de «fuentes anónimas» de alto rango. Puedo apostar que cualquier Kompromat que Putin tenga de Trump palidece en comparación con lo que ha estado rondando en los sótanos de Ft. Meade y Langley. Y recordemos que Edward Snowden no era un oficial de alto rango. Era solamente un donnadie, un trabajador contratista que supo cómo descargar algunas cosas a una unidad USB; la NSA no dispone de ninguna manera para saber cuántas otras personas han hecho, o continúan haciendo, la misma cosa.
Fuimos partícipes de algunas muestras limitadas de lo que parecía ser sabotaje de parte de la burocracia de seguridad nacional, por medio de fugas de información y cosas afines, en contra de la administración Bush tras los escándalos en torno a Richard Clarke y Valerie Plame. Algunos especulaban que esto degeneraría en una guerra total por parte del Estado Profundo para desinstalar a Bush en la elección de 2004. No sucedió — en aquella ocasión.
Combínese la resistencia masiva a la intrusión por parte del estado autoritario con el sabotaje por parte de funcionarios de estado descontentos en cada nivel del gobierno y lo que se obtiene es lo que Frances Fox pide: «Arrojar arena a los engranajes del todo» (The Nation, enero 18). Y semejante acción de arrojar arena a los engranajes, sostiene ella, profundiza las diferencias de la élite en lo más alto.
Incluso viviendas ordinarias pueden recibir y amparar inmigrantes. Y todos nosotros podemos hacer inútiles los registros al insistir en registrarnos como musulmanes o mexicanos o moldavos. Un movimiento de santuario le confiere a la gente un papel de importancia. Más importante aún, en nuestro complejo sistema federal, donde las políticas del gobierno nacional dependen de la cooperación de parte del estado y autoridades locales, estos movimientos locales tienen el potencial de bloquear iniciativas provenientes del régimen venidero de Trump.
Si los movimientos han de transformarse en una fuerza importante en la política de la era Trump, tendrán que ser movimientos de una naturaleza algo diferente del activismo obrero, de derechos civiles y LGBTQ del pasado reciente que usualmente celebramos. Aquellos eran movimientos centrados en el progreso, en conquistar medidas que remediasen injusticias prolongadas, y eran movimientos que también endorsaban algunas élites. Ahora los protestantes tendrán que apuntar, no a ganar, sino a detener o frustrar iniciativas que amenazan con hacer daño, ya sea al redistribuir la riqueza a lo más alto (el impuesto Trump y los planes de energía) o al eliminar derechos políticos existentes (la cancelación de DACA [Acción Diferida para los Llegados en la Infancia], la orden ejecutiva de Obama que protegía a niños indocumentados inmigrantes conocidos como Dreamers) o al poner en riesgo protecciones y beneficios establecidos (el inminente prospecto de la privatización de la seguridad social, Medicare y Medicaid, o la amenaza de volver la financiación de la educación pública un sistema de váucheres para escuelas subvencionadas). Así pues, ¿cómo logran ganar los movimientos de resistencia — si es que ganan— de cara a un régimen implacablemente hostil? La respuesta, creo yo, es que, al bloquear o sabotear las iniciativas políticas del régimen, los movimientos de resistencia pueden crear o profundizar los divisiones elitistas y electorales.
Incluso las formas más convencionales y propias de un libro de urbanidad de tales divisiones —el que habla soy yo, no Piven— como separar a los tres republicanos más moderados para negarle a Tump una mayoría senatorial, se hace más probable cuando se percibe que el público está enfadado e insubordinado, y se percibe que Trump tiene pies de barro.
Y nuestro orden del día más importante, crear realmente ahora mismo la clase de sociedad que queremos, es también un componente importante de la resistencia. Crear formas para apoyarnos a nosotros mismos y a otros por fuera del estado — manufactura de fuente abierta a pequeña escala en talleres cooperativos vecinales con herramientas que un puñado de sueldos obreros pueden pagar, jardines comunitarios permaculturales en baldíos y terrazas, jardinería de ítems comestibles en calles ciegas, fideicomisos comunitarios de tierras, okupaciones en edificios abandonados, vigilancia policial comunitaria de parte de patrullas armadas de Panteras Negras y organizaciones Copwatch, iniciativas tecnológicas comunitarias para el reciclaje de energías y desechos baratas, de fuente abierta e independientes de la red, divisas de trueque, software de cultura libre y de fuente abierta, instituciones de cohabitación de múltiples viviendas, microcolonias, sociedades de apoyo y otras asociaciones que agrupen costos y riesgos y organicen la mutua ayuda, nuevos sindicatos obreros radicales tipo OURWalmart y la Coalición de trabajadores Immokalee, gremios revividos y agencias temporales cooperativas para independientes y trabajadores precarios — cada una de estas cosas es no solo un cimiento para la futura sociedad poscapitalista, sino que además nos fortalece ahora mismo contra Trump y los de su ralea. Y cada una de estas cosas le demuestra a la gente que, si bien las promesas de ayuda de Trump conducen solamente a la traición, nuestra propia habilidad para crear un mundo mejor para nosotros trabajando juntos es muy real. Y esa es, en efecto, una promesa en que se puede creer.
Muchos de nosotros tenemos miedo. Seríamos tontos de no tenerlo. Pero ellos deberían tener más miedo.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 23 de enero de 2017
Traducción del inglés por Mario Murillo