Vi mi primer «arma casera» cuando era un niño. Los niños más viejos—adolescentes—guardaban los fuegos artificiales del 4 de julio conocidos (por obvias razones) como «misiles embotellados» y jugaban a la «guerra» con ellos: encajar los fuegos de artificio en una botella de soda de vidrio (esto era en las épocas en que la soda venía en botellas de vidrio sobre las que se pagaba un depósito que se podía recuperar después… sí, soy viejo), apuntar al «enemigo», disparar.
Aparentemente estas «armas caseras» no eran muy peligrosas. No recuerdo haber oído de heridas serias durante las «guerras del misil embotellado», aunque no dudo que las hubo en algún lugar. Pero otras «armas caseras» ciertamente existieron. Harlan Elllison describe las «armas improvisadas» hechas con antenas de autos o tubos de cafeteras en sus memorias de gánsteres en Nueva York, Memos from Purgatory (me pregunto si Ellison recibe el crédito que merece por pronosticar el libro con que debutó Hunter S. Thompson, Hell’s Angels). Una vez vi una demostración de una «escopeta de un tiro» hecha con un viejo catálogo de Sears, una banda elástica, un clavo y un cartucho de escopeta.
Todo esto es solo para establecer que no hay nada nuevo en la manufactura no tradicional de armas de fuego por parte de los individuos. Desde que hemos tenido armas, hemos tenido armas caseras.
La impresión 3D sencillamente lo hace más fácil. MUCHO más fácil. Más fácil todo el tiempo.
Solo ha pasado un año desde que Cody Wilson y Defense Distributed lanzaron el «Liberador», una pistola impresa en 3D, calibre 380 de disparo único, presentando los planos para esta «en la selva de internet».
En cuestión de semanas, como lo reporta Andy Greenberg de Wired, personas entusiastas estaban diseñando y produciendo pistolas calibre 38 de múltiples disparos. Recientemente, el luchador por la libertad Yoshitomo Imura fue arrestado con (presuntamente) un revolver de seis tiros impreso en 3D. Parece que las armas automáticas (o las partes intercambiables para las armas existentes) rondan por ahí para su impresión.
Es hora de repetir, enfáticamente, lo que Cody Wilson le dijo al mundo hace un año cuando echó a andar el Liberador:
«El control de armas» se acabó.
Es todo.
Está tan muerto como los derechos de autor en música, y por la misma razón: la tecnología en avance ha quitado el asunto de manos de los reguladores estatales y sus monopolistas industriales privilegiados.
A nadie le tiene que agradar.
Así son las cosas, sea que nos guste o no.
Personalmente, me agrada. Si habrá armas— y va a HABER armas— preferiría que estuviesen fácilmente disponibles para la gente normal y no solo para agentes estatales militares y de orden público, criminales violentos (pero sueno reiterativo) y aquellos que gozan de prerrogativas estatales. En EE.UU, las estadísticas parecen indicar que el crimen violento desciende, no lo opuesto, en ambientes de mayor disponibilidad de armas y menores restricciones legales.
«Una sociedad armada es una sociedad educada», escribió el maestro de la ciencia ficción Robert A. Heinlein en 1942. Eso tiene sentido para mí, pero incluso si se equivocase, preferiría andar armado que desarmado en una sociedad ineducada. Toda persona que tenga acceso a la tecnología moderna—no solo en los Estados Unidos, sino en todo lugar— tiene ahora esa opción.
Una sociedad libre y nueva se está constituyendo en el cascarón de la agonizante sociedad autoritaria. Las tecnologías de la abundancia, con todo lo que implican esas tecnologías, son un rasgo inexorable de esa sociedad libre y nueva. Entre más pronto comencemos a servirnos de nuestras opciones en constante expansión, más rápida y menos violenta será la transición.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 22 de mayo de 2014.
Traducción del inglés por Mario Murillo.