Se ha vuelto cosa estándar entre las clases charlatanas—tanto liberales como conservadoras—referirse a algo llamado « nuestro sistema de libre mercado », conocido también como « capitalismo de libre mercado ». A tal punto que cuando los derechistas en Fox y CNBN o en el editorial del Wall Street Journal abogan por alguna forma más pura de « mercado libre » que contraste con la economía existente, a lo que se refieren esencialmente es al presente modelo de capitalismo corporativo sin el estado regulatorio o de bienestar.
Pero la forma que ha tomado el Sistema capitalista existente bajo el cual vivimos le debe muy poco a los mercados libres. Desde sus inicios, en la tardía edad media, se lo ha moldeado mediante intervención masiva e incesante e imposición de privilegios—mucho de lo cual ha sido sobrecogedoramente brutal— de parte del estado. Se puede parafrasear la frase de Orwell: el pasado ha sido una bota aplastando un rostro humano.
El estado jugó un papel central en la creación de la característica definitoria del capitalismo como lo conocemos: el sistema de salarios. Si se le hubiese permitido a los mercados libres desarrollarse pacíficamente, con las mayorías campesinas en control de sus tierras y con acceso libre a los medios de subsistencia, los mercados laborales habrían tomado probablemente una forma muy diferente. Los empleadores habrían tenido que competir con la posibilidad del trabajo autónomo, disponible para la vasta mayoría de la población. Pero gracias a los cercamientos y similares expropiaciones de tierras en el curso de varios siglos, la mayoría de la población se tornó en un proletario carente de tierra, totalmente dependiente del trabajo asalariado para su subsistencia.
Como si eso no fuera suficiente, el estado británico impuso controles sociales totalitarios sobre la clase trabajadora en los años tempranos de la revolución industrial para reducir el poder de negociación de los obreros. La Ley de asentamiento, por ejemplo, sirvió como una suerte de sistema de pasaporte interno que prohibía a los trabajadores abandonar sin permiso su parroquia de nacimiento en búsqueda de mejores términos laborales. Las autoridades de las Leyes de los pobres vinieron entonces al rescate de los empleadores en el poco poblado norte industrial, mediante subastas—baratas— de trabajadores de las casas parroquiales de Londres.
En el curso de varios siglos, los poderes europeos sojuzgaron la mayor parte del planeta tierra e impusieron similares expropiaciones de tierra y controles sociales sobre las gentes del tercer mundo, y saquearon los recursos minerales y materiales brutos de la mayor parte del mundo.
Una amplia gama de pensadores, desde el anarquista de libre mercado Lysander Spooner, al marxista Immanuel Wallerstein, han señalado la continuidad histórica del capitalismo con el feudalismo. El capitalismo, como sistema histórico de economía política, era realmente poco más que un fruto del feudalismo con un injerto de mercados, y apenas le permitió a la gente operar en sus intersticios.
El estado jugó también un papel central en el ascenso del capitalismo corporativo desde el siglo XIX. La adjudicación de tierras ferroviarias creo un mercado nacional único en los Estados Unidos, externalizando los costos de la distribución a larga distancia hacia el contribuyente, y condujo a firmas industriales y mercados mucho más grandes de los que habrían existido de otro modo. La ley de patentes y diversas regulaciones aprobadas durante la Era progresista sirvieron para cartelizar los mercados bajo el control de un puñado de firmas oligopólicas.
Durante el siglo XX, el estado jugó un papel creciente en la absorción del producto excedente de industrias sobreedificadas o en la garantía de mercados para estas. Los sectores industriales a la cabeza del mercado fueron creaciones estatales: el complejo de autopistas, la aviación civil, el complejo militar-industrial y consecuencias tales como la electrónica miniaturizada y la automatización industrial.
La economía neoliberal de los últimos veinte años es abrumadoramente dependiente de la aplicación draconiana de la ley de « propiedad intelectual ». Los sectores dominantes en la economía global corporativa—software, entretenimiento, biotecnología, fármacos, agroindustria y electrónica— dependen casi enteramente, para asegurar sus utilidades, de la « propiedad intelectual » o de subsidios estatales directos. La función central del estado de seguridad nacional estadounidense desde la segunda guerra mundial ha sido hacer del mundo un lugar seguro para el poder corporativo, a través del derrocamiento de gobiernos adversos.
Tanto la derecha estatista como la izquierda estatista, por sus propias razones, equiparan el « libre mercado » con el capitalismo corporativo, y promueven el mito de que el capitalismo corporativo como lo conocemos es lo que habría emergido naturalmente de un libre mercado carente de intervención estatal que lo previniera. La derecha estatista quiere defender la legitimidad de las grandes empresas y la izquierda estatista quiere hacernos pensar que la necesitamos como defensa contra las grandes empresas.
Pero lo completamente opuesto es veraz. Las grandes empresas han sido criaturas del estado desde el comienzo. Y los mercados genuinamente libres operarían como dinamita en los pilares del poder corporativo.
Y eso es exactamente los que nosotros, en la izquierda de libre mercado, queremos hacer.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 17 de julio de 2010
Traducido del inglés por Mario Murillo