Un Nuevo sondeo de la universidad de Harvard muestra que el 51 % de los millennials o mileniales no apoyan el capitalismo (comparado con 42 % que sí lo apoyan). Un sondeo anterior llevado a cabo por el proyecto de opinión pública Reason-Rupe encontró que el “socialismo” sobrepasa al “capitalismo” en popularidad 58 a 56 %; pero el “libre mercado” resultó ser arrasadoramente más popular que una “economía dirigida por el gobierno”. La vocería politiquera no demora en calificar esto como confusión por parte de los mileniales acerca de lo que son el capitalismo y el socialismo. Pero esto, más bien, refleja aduciblemente lo obsoleto de las definiciones mismas de “capitalismo” y “socialismo”. Lo que es más, las definiciones convencionales utilizadas durante el siglo veinte nunca tuvieron mucho sentido.
Max Ehrenfreund, a lo largo del artículo que cubrió el sondeo en el Washington Post (“A majority of millennials now reject capitalism, poll shows,” abril 26), emplea el término “libre mercado” intercambiablemente tanto con el “capitalismo” como con el “status quo”. Al aplicar los principios básicos de la lógica deductiva, esto significa que el status quo es uno de libre mercado, conclusión esta tan absurda que delata más la propia confusión de Ehrenfreund que la de cualquier otro. Este cita una encuesta realizada previamente, en 2011, que emplea de manera similar el término “capitalismo” como sinónimo del “sistema estadounidense de libre mercado”.
John Della Volpe, el director de encuestas de Harvard responsable de los más recientes resultados, aduce que “ellos no están rechazando el concepto. Es el modo en que se practica hoy el capitalismo, en las mentes de los jóvenes, lo que están rechazando”.
El problema es que gente como Ehrenfreund, los miembros del centro de investigaciones Pew y virtualmente todas las cabezas parlantes de la televisión y los políticos convencionales de los dos partidos políticos mayoritarios, utilizan explícitamente el término “sistema de libre mercado” para referirse a lo que tenemos ahora.
El otro problema es que nunca ha habido una forma de capitalismo que en la práctica no fuese por lo menos tan coercitiva y estatista como la que tenemos ahora. El capitalismo histórico inició hace cinco o seis siglos, no con mercados libres, sino con la conquista de poblados libres por parte de estados absolutos y con la expropiación masiva a los campesinos de su tradicional derecho a la tierra por parte de la oligarquía terrateniente; y continuó con la conquista colonial de la mayor parte del mundo fuera de Europa. Desde entonces, el capital ha seguido dependiendo íntegramente del estado para socializar sus costos operativos, erigir barreras para la competencia e imponer títulos ilegítimos a toda la tierra y a los recursos naturales acaparados a lo largo de los siglos anteriores. Esta historia de conquista, latrocinio y esclavitud es el código genético básico del capitalismo corporativista contemporáneo.
En la revista Reason (“Millenials Hate Capitalism Almost as Much as They Hate Socialism”, abril 27), Elizabeth Nolan Brown reconoció que lo que los mileniales quieren decir con “capitalismo” no es algún hipotético “libre mercado”:
Capitalismo son grandes bancos, Wall Street, “inequidad salarial” y codicia; sociópatas pudientes jodiendo el ciudadano de a pie, Bernie Madoff y horrorosas maquilas en China. Es Walmart sacando del camino microcomercios familiares, MacDonald’s engordando a la gente, derrames de petróleo de BP, bancos forzando préstamos hipotecarios de alto riesgo y Pfizer elevando los precios de las drogas mientras los pacientes con cáncer mueren. Sin importar cuán incompletas o caricaturescas sean, estas son las narrativas del capitalismo con las que los mileniales han crecido.
Pero entonces, cuando se substraen todos estos aspectos del capitalismo contemporáneo, lo que queda es algo muy similar al gato de Cheshire cuando desaparecen tanto el gato como la sonrisa.
De cualquier modo, Brown hace un trabajo mucho mejor que el de Emily Ekins, quien reportó acerca del sondeo de Reason-Rupe hace un año. Ekins sencillamente reivindicó las definiciones convencionales de diccionario de “socialismo” y “capitalismo” como artículos de fe, sugiriendo que el hecho de que los mileniales simpaticen con el socialismo pero no quieran una “economía dirigida por el gobierno” significa simplemente que “los jóvenes no saben lo que estas palabras significan” (“Poll: Americans Like Free Markets More than Capitalism and Socialism More Than a Govt Managed Economy,” febrero 12, 2015). Y en otro artículo (“64 Percent of Millennials Favor a Free Market Over a Government-Managed Economy,” julio 10, 2014), citó la inhabilidad de los mileniales para “definir socialismo como apropiación estatal” como un signo de ignorancia de lo que “el socialismo realmente significa”.
Mas “capitalismo” y “socialismo” son términos con historias largas y matizadas, y las definiciones de diccionario convencionales están, en el mejor supuesto, extremadamente supeditadas al tiempo y a la perspectiva. Además, tratar la definición de diccionario de “socialismo” como si estuviese por encima de la historia real del movimiento socialista es, si me perdonan, la definición misma de “tonto”.
Siempre ha habido ramas no estatistas en el seno del movimiento socialista desde sus inicios, una de las cuales se conoce como “anarquismo”. Por épocas, las formas no estatistas del socialismo fueron dominantes. Y siempre ha habido quienes se identifican como socialistas en el seno del movimiento libertario de libre mercado.
Incluso socialistas de estado como Marx y Engels, quienes veían en el control socialista del estado un paso esencial hacia la construcción del socialismo, no equiparaban como tal “socialismo” con apropiación estatal y control de la economía. “Socialismo” era un sistema en que todo el poder político y económico estaba en manos de la clase obrera. La nacionalización y el control estatal de la economía podrían ser parte del proceso de transición hacia el socialismo, si el estado pasaba a ser controlado por la clase obrera. De otro lado, incrementar el control estatal de la economía cuando el estado era controlado por capitalistas representaría sencillamente una nueva etapa en la evolución del capitalismo, en la cual los capitalistas manejarían el sistema a través del estado en pro de sus propios intereses.
Hoy en día, las subcorrientes más interesantes en el movimiento socialista son algunas como el autonomismo de Antonio Negri y Michael Hardt, el cual vislumbra el camino hacia el poscapitalismo como un “éxodo”, la creación de una nueva sociedad alrededor de contrainstituciones como la producción paritaria basada en el uso de los bienes comunes.
Erik Olin Wright, por ejemplo (How to Think About (And Win) Socialism,” Jacobin, April 2016), ve el “socialismo” como un sistema en que fuerzas sociales organizadas democráticamente – por oposición sea a estados sea a corporaciones– suponen los medio dominantes para organizar la actividad social. Las sociedades a lo largo de la historia han sido una mezcla de tales formas institucionales, mas, bajo el capitalismo, la firma comercial orientada al lucro se convirtió en la institución hegemónica o núcleo de la sociedad entera, definiéndose otras instituciones en términos de su relación con el capital. A medida que el capitalismo evoluciona hacia el socialismo, nuevas instituciones sociales y democráticas se convertirán en las formas hegemónicas, y el estado y los negocios se verán reducidos a poco más que nichos en un sistema caracterizado por el dominio de las nuevas instituciones democráticas.
Cosas como las monedas locales, los fideicomisos de tierras, las cooperativas y la producción paritaria basada en el uso de los bienes comunes existen hoy bajo el capitalismo. Pero en la medida en que el capitalismo alcance sus límites de crecimiento y confronte sus crisis terminales, estas nuevas instituciones socialistas se irán expendiendo y se entretejerán en un todo coherente que formará las bases del sistema sucesor; y los restos de las instituciones estatales y corporativas se integrarán a un sistema definido por su esencia poscapitalista.
… la posibilidad de que haya un socialismo depende del potencial para acrecentar y profundizar el componente socialista dentro del ecosistema económico, y debilitar los componentes estatales y capitalistas.
Esto significaría que en una economía socialista el ejercicio tanto del poder económico como del estatal estarían efectivamente subordinados al poder social, esto es, tanto el estado como la economía serían democratizados. Es por esta razón que el socialismo es equivalente a una democratización radical de la sociedad.
Algo así, por cierto, a saber, una visión de transformación basada en la construcción de contrainstituciones, ha sido un aspecto medular de muchas versiones del socialismo y el anarquismo desde su primera aparición como movimientos organizados hace doscientos años.
Así que, quizá, cuando los mileniales dicen que odian el capitalismo y les agrada el socialismo, pero se oponen al control estatal de la economía, no son ellos los confundidos. Quizá ellos tienen una mejor idea de lo que significan “capitalismo” y “socialismo” que Frauenfelder y Ekins.
Artículo original publicado por Kevin Carson, el 1 de mayo de 2016.
Traducido del inglés por Mario Murillo