Recientemente vi la película Elysium. Y en ella, como en muchas películas de Hollywood, un hombre fuerte y heroico salva a una mujer indefensa y a un niño. Y como feminista me sentí irritada. Pero como mujer sentí algo más. Me di cuenta de que veía lo atractivo de ser salvada por un hombre fuerte y heroico. Esas mismas influencias culturales que hacen de la mujer indefensa y el hombre heroico un tópico aumentan mis niveles de ternurina al pensar en un hombre que pudiere tomarme en sus brazos fuertes y protegerme de todo daño. Un hombre a la altura de mis necesidades.
Pero, tan atractivo como es, hay consignas que resuenan en mi cabeza: un hombre lo suficientemente grande para darme todo lo que quiero es un hombre lo suficientemente grande para arrebatarme todo lo que tengo.
A decir verdad, no creo que los hombres quieran arrebatarme nada. No creo que ese tópico de la mujer indefensa y el hombre heroico haya sido urdido por algún patriarcado consciente empeñado en mantenerme en mi lugar. Creo que las ideas detrás de los roles de género son apoyadas por personas con buenas intenciones. Estas son, a saber, el bienintencionado pero pernicioso deseo de hacer lo correcto por las mujeres al hacer que los hombres las protejan, y la visión que supone que los roles de género son dictaminados por un marco biológico infranqueable, dispuesto a derribar al que se atreva a desafiarlo.
Cuando digo “las ideas detrás de los roles de género”, a lo que me refiero básicamente es a la idea de que los hombres son de una manera y las mujeres de otra. Los hombres son físicamente fuertes, las mujeres son físicamente débiles. Los hombres son racionales, las mujeres son emocionales. Los hombres son buenos en matemáticas y ciencias, las mujeres son buenas en lenguaje. Los hombres deberían trabajar, las mujeres deberían cuidar de los niños.
Muchos de los aspectos que comprenden las ideas de muchas personas acerca de los roles de género están basados en la biología. Otros son más culturales. Muchas de las diferencias que solíamos considerar biológicas están en realidad basadas en ciencia barata. La gente solía creer que todo tipo de cosas, desde montar caballos o caminar, podía causar abortos espontáneos y hacer estériles a las mujeres. Adicionalmente, muchas limitantes basadas en la biología, en el género y demás se vuelven obsoletas por los avances en la tecnología.
Pero, independientemente de su origen, los roles de género son limitantes. Cuando a las niñas se les recuerda el estereotipo de que las mujeres son malas en matemáticas, les va peor en las pruebas de matemáticas. Los roles de género dan a las mujeres la idea de que ciertas características y actividades son “femeninas”, y de que las mujeres deberían ser femeninas. Esto desalienta a las mujeres de la idea de desarrollar características y participar en actividades que son “masculinas”. Lo logra al decirles que es probable que fracasen en sus tentativas masculinas simplemente porque son mujeres. También hace que teman que el actuar de manera masculina las someta al rechazo por no encajar en su papel. Lo mismo es verdad de los hombres.
Para hacerlo más concreto, el anterior decano de Harvard, Larry Summers, se metió en problemas por indicar que creía que la biología jugaba un papel en la falta de representación de las mujeres en los niveles más altos de la ciencia. Algunos estudios han indicado que podría haber algo de verdad en esta afirmación. Pero el resultado de decirles a mujeres que de otro modo estarían interesadas en emprender una carrera en ciencias que son biológicamente discapacitadas será que menos aún lo intentarán.
Esto podría ser algo bueno. Si las mujeres son peores que los hombres en ciencias y mejores en la crianza de niños, ¿por qué dejar que la pobre Martha desperdicie su tiempo consiguiendo un doctorado que por falta de talento no podrá aprovechar? Entre tanto sus óvulos se desperdician. ¿Pero por qué no ir más lejos y examinar mediante pruebas de CI a cada persona y decirle qué carrera debería emprender? ¿Por qué no dictaminan esas pruebas de aptitud física quién deberían ser abogado y quién debería ser oficial de policía? Parece ser más eficiente para las personas que “saben de eso” dictaminar tranquilamente lo que las personas deberían hacer con base en su género. Mas en realidad es muy difícil predecir para qué serán buenas las personas basados en el género, el CI o la aptitud física.
La inhabilidad para predecir con precisión lo que las personas querrán y aquello para cuya producción serán buenas es lo que hace superiores a los mercados sobre la planeación. Y a medida que la gama de opciones de intercambio crece, lo hacen también las rentas del comercio. Los innovadores no son personas que se sientan encadenadas por fuerzas externas sobre las cuales ejerzan limitado control. Es la libertad, no el aherrojamiento, la que produce prosperidad.
Limitar las opciones de las mujeres limita su habilidad para participar plenamente en los mercados. Una mujer que piensa que es o debería ser de cierta manera y que en realidad es una excepción, no está recibiendo nada por el comercio del que no está haciendo parte.
Los roles de género, tal como están constituidos actualmente, proveen a las mujeres de una sensación de seguridad. Las proveen de una sensación de hacer lo correcto por los hombres. Veo esto de manera similar a cómo el control estatal provee de seguridad a los ciudadanos y de una sensación de hacer lo correcto a los burócratas. Pero, finalmente, esas sensaciones se pagan con el alto precio de la libertad. La coerción en los roles de género es menos abierta que la del estado; pero ambas limitan efectivamente el comercio, y lo hacen por las mismas razones.
Parte de mí, sea por biología o cultura, añorará un hombre grande y fuerte o un gobierno que me mantenga a salvo. Pero una parte de mí, más grande, mejor, más fuerte, añora la libertad de forjar mi propio camino. Esa parte de mí contempla la asombrosa prosperidad que trae el comercio libre y abierto y quiere participar. Quiere participar plenamente, no como mujer o como hombre, sino como un actor con agencia.
Artículo original por Cathy Reisenwitz, el 8 de septiembre de 2013
Traducido del inglés por Mario Murillo