Cada Día de los caídos y Día de los veteranos, los estadounidenses son sometidos a interminables repeticiones de un “inspirador” (arrodilladamente estúpido) poema de Charles Province escrito en 1970: “El soldado”. “Es el soldado, no el ministro, quien nos ha dado la libertad de culto”. El poema reitera el mismo principio básico con respecto a una serie de otras libertades: no es el reportero quien nos dio la libertad de prensa, o quien nos dio la el derecho a la protesta, o el abogado quien nos dio el derecho a un juicio justo; en cada caso es –adivinaron- el soldado “quien nos ha dado” nuestras libertades.
Para ver qué clase de disparate es este, solo necesitamos considerar de quién se supone que nos protegen los derechos a la libertad de culto, prensa, asamblea y a un juicio justo. Asumiendo por un momento que las palabras escritas de la Constitución realmente significan algo cuando se trata de nuestras libertades, las primeras palabras de la Carta de derechos son “El CONGRESO no hará ninguna ley” que pueda menoscabar una variada lista de libertades civiles. No es “el Rey George no hará ninguna ley”; no es “Hitler”, “Ho Chi Minh”, “Saddam” o “ISIS no hará ninguna ley”; el gobierno de los Estados Unidos no hará ninguna ley. Nuestras libertades civiles son fundamentalmente protección, no contra países extranjeros, sino contra el gobierno que afirma representarnos aquí mismo en casa.
Y la Carta de derechos fue esbozada originalmente para apaciguar a aquellos entre el público estadounidense que veían al gobierno estadounidense como el principal peligro a sus libertades. Y el soldado es un agente de ese mismo gobierno, bajo comando directo suyo. Así que el trabajo del soldado tiende a ser el de hacer cumplir la voluntad del gobierno de los Estados Unidos, no restringirla. El soldado pelea en guerras contra los gobiernos de otros países, para no tener que proteger a los ciudadanos estadounidenses del gobierno de este país. Y si se mira cuán prominentemente figuraba la frase “ejército permanente” en los debates acerca de la ratificación de la Constitución, no se puede escapar a la conclusión de que el público estadounidense en aquellos días tenía una visión considerablemente menos esplendorosa de “el soldado” que Province.
Ahora véase quién, a través de la historia de EE.UU, ha amenazado realmente nuestras libertades. No fue algún gobierno extranjero el que aprobó e hizo cumplir la Ley de sedición o las leyes para esclavos fugitivos. No fue algún gobierno extranjero el que utilizó tropas – “soldados” – para romper la huelga de Pullman o el que declaró la ley marcial y envió milicias a librar batallas campales contra los trabajadores en las Guerras del cobre y las Guerras del carbón. No fue algún gobierno extranjero el que envió a prisión a Eugene Debs, junto con otros miles de prisioneros políticos de los movimientos obrero, socialista y antibélico. No fue algún gobierno extranjero el que arrojó gases a los manifestantes del llamado “Bonus army”. No fue algún gobierno extranjero el que puso en campos de internamiento a ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa, o el que llevó a cabo el Programa de Contrainteligencia o el que aprobó la Ley Patriota o el que detuvo a ciudadanos estadounidenses sin presentación de cargos o juicio. Y no fue “el soldado” quien nos protegió de estas cosas.
En las ocasiones en que “el soldado” ha tenido realmente la ocasión de entremeterse de uno u otro modo en nuestras libertades, el panorama no ha sido generalmente uno agradable. Lo que sea que protegían esos soldados en la Universidad de Kent no era el “derecho a la protesta”. Era contra los soldados que el derecho a la protesta necesitaba protección.
La afirmación de Province de que nuestros derechos son algo que nos “es dado”, transmitido desde lo alto por el gobierno y sus soldados, es una perniciosa, autoritaria y VIL mentira.
¿Quién nos ha dado nuestros derechos? Nadie. Nosotros los hemos TOMADO. Todo derecho que tenemos, lo tenemos porque peleamos por él DESDE ABAJO. Tenemos estos derechos porque resistimos violaciones a ellos, porque luchamos contra aquellos que los violaron – algunas veces luchando contra “el soldado” – y OBLIGAMOS al estado a reconocerlos. Y el estado los reconoce porque teme que, si los viola, lucharemos a ultranza con él – y de nuevo con sus soldados.
Los derechos nunca han sido concedidos por la autoridad. Siempre han sido reivindicados en contra de la autoridad y de ella se han ganado. No tenemos nuestros derechos porque el gobierno y sus soldados sean amables, sino porque nosotros no lo somos. No es el Soldado, son los disidentes, los alborotadores, los sucios hippies quemabanderas, la gente con malas actitudes hacia la autoridad en general, quienes nos han dado nuestros derechos a través de la historia, luchando por ellos.
Artículo oroginal publicado por Kevin Carson, el 30 de mayo de 2016.
Traducido del inglés por Mario Murillo