Según la interpretación de un reciente informe del Fondo Monetario Internacional que hace Howard Schneider en el Washington Post (“Los Comunistas se han Apoderado del FMI“, 26 de febrero), y la manera en que lo enmarca, el Fondo aparentemente ha ablandado sus estándares en cuanto a la “redistribución”. Vaya manera errónea de abordar el tema.
Tanto el informe del FMI (“Redistribución, Desigualdad, y Crecimiento“, FMI, Nota de Discusión SDN/14/02, febrero de 2014) como el artículo de Schneider confunden la “redistribución” con la “igualdad”: operan desde el supuesto tácito de que la desigualdad es el resultado espontáneo “del mercado”, mientras que el logro de una mayor igualdad requiere de la intervención del gobierno para redistribuir el ingreso en contra de esta tendencia natural del mercado.
Estos supuestos no declarados son, por supuesto, nada especial, constituyendo como lo hacen el núcleo de la ideología oficial del nexo gran-capital gran-gobierno que define al sistema capitalista existente. Los actores dominantes de la economía corporativa tienen un gran interés en promover el supuesto erróneo de que la concentración de la riqueza y el poder económico son legítimos, que son el resultado del buen desempeño en “nuestra economía de libre mercado”, en “nuestro sistema de libre empresa”. Y los que promueven el Estado regulador, tienen un interés similar en promover el supuesto igualmente erróneo de que la intervención del Estado es necesaria para evitar las crecientes concentraciones de poder económico y las disparidades de riqueza.
Sin embargo, estos supeustos no son ciertos. La acción del Estado para redistribuir la riqueza hacia abajo no es un correctivo a la tendencia normal del mercado hacia la desigualdad — al contrario, la desigualdad es el resultado de la intervención estatal sistemática en el mercado para distribuir la riqueza hacia arriba. La función primordial del Estado es hacer cumplir los mecanismos de escasez artificial, los derechos de propiedad artificiales, los monopolios, las barreras a la entrada, y los cárteles mediante los que la clase económica dominante extrae sus rentas; y no sólo eso, sino que también subsidia directamente los costos de operación de las grandes empresas a expensas de los contribuyentes. La inmensa mayor parte de la renta generada por la tenencia de la tierra, de los beneficios corporativos, y de los ingresos de la plutocracia, se mantiene gracias a esos monopolios impuestos por el Estado.
Lo que normalmente se conoce como “redistribución” es totalmente secundario. Debido a que estas rentas tienden a transferir ingresos de las clases que necesitan gastar dinero para vivir a las clases que lo invierten o lo ahorran, el capitalismo corporativo está plagado de una tendencia crónica y creciente a la sobreinversión, el exceso de capacidad de producción, y el subconsumo. Como resultado, el sistema se ve amenazado por un empeoramiento constante de las crisis económicas, y por la radicalización política de las clases bajas que resulta de la inseguridad económica, o hasta del hambre y la indigencia.
La tributación progresiva y el estado del bienestar — en la medida modesta en que realmente existen — implican tomar una pequeña fracción de los ingresos que se redistribuyen hacia arriba y volver a transferirla hacia abajo, para evitar niveles de pobreza políticamente desestabilizadores entre los más paupérrimos de la clase baja, y aumentar el poder de compra popular lo suficiente para reducir la capacidad industrial ociosa. El ingreso “redistribuido” a través de los cupones de alimentos, la asistencia social, y mecanismos similares, es por lo menos un orden de magnitud menos que el que originalmente redistribuye el Estado hacia arriba a favor de los arrendadores, los capitalistas, usureros, titulares de derechos de “propiedad intelectual” y otros monopolios, a los altos niveles gerenciales corporativos y las clases administrativas. Es el equivalente a que un atracador le deje algo de cambio a su víctima para que tome un taxi que le permita llegar seguro a casa, seguir trabajando, y ganar más dinero para que pueda robarle en un atraco futuro.
Así que la llamada “redistribución” hacia abajo es sólo una corrección secundaria a la anterior redistribución hacia arriba del ingreso ejecutada por el Estado. La única solución verdaderamente justa es eliminar la redistribución que ocurre en un principio, dejando que la competencia de mercado y la cooperación voluntaria destruyan los ingresos rentistas de nuestra clase dirigente corporativa.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 9 de marzo de 2014.
Traducido por Carlos Clemente.