En su etapa tardía, el gran HL Mencken definió el puritanismo como «el temor obsesionante de que alguien en alguna parte pueda estar pasando un buen rato». No he visitado la ciudad de Nueva York desde hace más de una década, pero si yo aterrizara mañana en La Guardia, casi esperararía ser recibido por funcionarios salidos de la pintura «Juicio de George Jacobs de Sálem por Brujería» de Tompkins Harrison Matteson.
Cuando no están ocupados prohibiendo el tabaco, lo están prohibiendo las grasas trans. Cuando no están prohibiendo las grasas trans, están prohibiendo los refrescos en envases grandes. Y como la prohibición de los refrescos fracasó, su próximo objetivo son los cigarrillos electrónicos. «¡Por la salud pública!» es el nuevo «¡Ví a Sarah Good con el diablo!, ¡Ví a Good Osburn con el diablo!, ¡Ví a Bridget Bishop con el diablo!».
Si no me creen, créanle a los políticos de la ciudad que votaron a favor de extender la prohibición de fumar para que abarque el «no fumar, pero que se parece en algo al fumar si uno es muy pero muy estúpido».
La presidenta del Concejo Municipal de la Ciudad de Nueva York, Christine Quinn, no cita menciona ninguna preocupación genuina sobre la salud pública cuando explica so apoyo a la prohibición del vaping. Simplemente asevera que será más difícil hacer cumplir la prohibición de fumar si no es también ilegal aquello que un policía ciego, sordo y retardado mental que se encuentre bajo los efectos del crack pudiese confundir con el acto de fumar.
Como la justificación es tan obviamente vaga, nos confiesa su verdadera convicción: «Ahora muy pocas personas se sienten incómodas diciendo que no se puede fumar en público. No queremos dar un paso atrás en eso». En otras palabras, no prohibir los cigarrillos electrónicos podría hacer que los neoyorquinos reconsideren permitirle a Christine Quinn dirigir sus vidas. ¡Peligro, Will Robinson! ¡Peligro!.
El concejal James Gennaro y el «Comisionado de Salud» Thomas A. Farley se refieren a la ausencia de una prohibición de las exhalaciones de vapor que contienen 1/5 del contenido potencialmente tóxico del «humo de segunda mano» como un «vacío legal». «Vemos que estos cigarrillos [sic] están empezando a proliferar, y eso es inaceptable», declaró Gennaro. «He sido informado de gente fumando cigarrillos [sic – no son cigarrillos, no «se fuman», y lo que Gennaro realmente quiere decir es «he sido informado de personas que viven sus vidas sin consultarme y reverenciarme»] en las bibliotecas públicas. Y ciertamente se están haciendo más comunes en los restaurantes y bares».
Por supuesto, no es justo atribuir todo esto exclusivamente a los delirios controladores de sociópatas como Quinn, Gennaro y Farley. También hay dinero de por medio. Mucho dinero – 1,50 dólares en impuestos de la ciudad por cada paquete de cigarrillos «reales» que se venden legalmente (alrededor del 60% de los cigarrillos entran a la ciudad por contrabando para eludir a los atracadores más entusiastas de la ciudad, sus políticos), más cualquiera sea la proporción de los 4,35 dólares por paquete en concepto de impuesto estatal que se canaliza a través de Quinn, Gennaro y Compañía.
El asunto tiene que ver con el afán de controlar. Tiene que ver con el dinero. Con lo que no tiene que ver ni una pizca es con la «salud pública».
Eso no quiere decir que los cigarrillos electrónicos no sean riesgosos en asboluto. Puede que lo sean en cierta medida; los pocos estudios realizados hasta la fecha sugieren que pueden haber riesgos menores (muchísmo menos severos que los asociados con los cigarrillos «reales») en su consumo.
Pero no hay duda razonable alguna de que los cigarrillos electrónicos son más seguros que el fumar tabaco. Tampoco hay duda de que los cigarrillos electrónicos son una de las maneras más eficaces de conseguir que la gente deje de fumar tabaco – reduciendo los fondos para sobornos de Quinn y Gennaro en más de un dólar y medio por paquete de cigarrillos no fumado, y hasta que se apruebe la nueva prohibición, aflojando ligeramente los collares de perro que Quinn, Gennaro y Compañía han pasado tantos años ajustando alrededor del cuello de cada neoyorquino.
Los neoyorquinos saldrán perdiendo con la prohibición de los cigarrillos electrónicos. Y estarían mucho mejor sin “su” gobierno de la ciudad.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 20 de diciembre de 2013.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.