Hace un par de martes, un antiguo soldado llamado Paul Clarke fue condenado por poseer un arma de fuego, y ahora le espera una pena mínima de cinco años de cárcel. Un día el señor Clarke estaba en el balcón de su casa, cuando descubrió una bolsa de basura negra que, al inspeccionarla, descubrió que contenía una escopeta recortada. El señor Clarke siguió su instinto y la entregó a la policía. Sin embargo, como técnicamente “poseyó” el arma durante el trayecto a la estación, se le ha encontrado culpable y pagará su “crimen” con un lustro de encierro.
También tenemos el caso de Lorraine Elliot, la abogada que perdió su trabajo cuando se reveló que había sido arrestada por error bajo el cargo de falsificar la firma de su marido en una instancia para una guardería. Se tomaron muestras de su ADN para el Banco de Datos Nacional, y su arresto permanece registrado, a pesar de haber sido declarada inocente.
Luego tenemos a Mary Cooke, una señora embarazada proveniente de Staffordshire que casi fue atropellada por un motorista. Tras informar del incidente a la policía e invitar a una agente a su casa para prestar declaración, la señora Cooke fue denunciada a los servicios sociales porque el papel pintado de su casa estaba a medio hacer: parece ser que no decorar tu casa según los estándares de la policía es indicativo de que eres mala madre.
Peor aún es el caso de una señora de Nottingham a la que se le quitó su bebé porque los servicios sociales la consideraron “demasiado tonta” como para ser capaz de cuidar del bebé… sin importar que los psicólogos que trataron a la mujer no estuvieran de acuerdo. Un caso similar en Escocia ha acabado con una joven pareja que espera a su hijo huyendo de su hogar para escapar de las autoridades locales.
Tenemos el caso de Sherif Abdel-Fattah, el médico al que se le puso una multa por exceso de velocidad mientras se dirigía a toda pastilla al hospital para salvar la vida de una mujer a la que se le había practicado una cesárea incorrecta que le había causado una grave hemorragia. Demetrios Samouris fue multado con 80 libras por tirar una cerilla. Otra madre fue perseguida por un policía de paisano, interrogada por la policía e investigada por los nazis de Servicios Sociales por haber amenazado a sus hijos con pegarles cuando se portaron mal en un supermercado. Por último, y confieso que éste me encantó, tenemos la grabación de un coche de policía multado por aparcar incorrectamente.
La cuestión es: ¿por qué hay tantos individios que se comportan como agentes de la Stasi amparados detrás del Estado, dispuestos siempre a llevar el cumplimiento de la letra de la ley hasta las últimas consecuencias e ignorando por completo el espíritu de ésta? ¿Qué es lo que hace que tantos “servidores públicos” se dejen en casa el sentido común antes de ir al trabajo? En resumen, ¿por qué el sentido común ha dejado de ser, precisamente, común?
Una respuesta podría ser que tenemos un Estado que cree poder mejorar nuestra sociedad a través de una plétora de objetivos a cumplir sobre castigo de delitos, educación, igualdad, moralidad, familia, etc. Todas son metas nobles, pero inalcanzables mientras el Estado esté detrás de ellas usando la fuerza.
Cuanto más legisla un gobierno sobre nuestro día a día, menos control tenemos nosotros sobre éste. Empezamos perdiendo la capacidad de determinar nuestras responsabilidades, y como consecuencia nos vemos atrapados en el rígido marco que dicta el Estado. La progresiva pérdida de poder que sufren los individuos bajo el puño de fierro del Estado conduce a erosionar el contacto social y a crear un sentimiento de incapacidad que afecta cada día más a nuestras interacciones diarias.
Sin embargo, estas consideraciones no me llevan a conclusiones pesimistas con respecto a la condición humana y a nuestra capacidad de crear un orden espontáneo en una sociedad sin Estado. Lejos de ello, las mismas características humanas que llevan a los marcos sociales derrotistas y sumisos son las que nos liberarán de esta plaga.
Los seres humanos no son seres de moralidad fija cuyo marco sociopsicológico sea inalterable: somos adaptables y nuestra psique es compleja. Estamos programados, individualmente, para sobrevivir a toda costa, pero los métodos de supervivencia que adoptamos dependen de nuestro entorno. Cuando el Estado manipula este entorno en el que la supervivencia del individuo está garantizada al adoptar una postura de “policía intransigente”, el sentido de comunidad, que es una de las características que surgen de nuestra necesidad de sobrevivir en la naturaleza, se desvanece.
Bajo este prisma, tanto la rigidez en el cumplimiento de la ley como la obediencia ciega a ésta que observamos muchas veces se pueden interpretar como la evidencia de que los individuos han adaptado su comportamiento al protocolo social que el Estado ha determinado. Si eliminamos este orden artificial, la sociedad volverá de nuevo al auto-orden. La gente volverá a tener incentivos para practicar comportamientos de reciprocidad y apoyo mutuo, y el sentido común volverá a ser común de nuevo.
Artículo original publicado por Dave Chappell el 17 de noviembre de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.