Cada vez está más claro que la actual recesión económica ha sido creada (intencionadamente o no) y manejada (intencionadamente, sí) en favor de Goldman-Sachs y otras grandes corporaciones, por lo que merece la pena observar la naturaleza de las “burbujas” y la forma en que se crean. La sociedad moderna se caracteriza por dos visiones discrepantes sobre el crecimiento económico: la “derecha capitalista” lo entiende como algo beneficioso que mejora las vidas de quienes se ven afectados por él, y la “izquierda socialista” lo ve como un maléfico proceso que amenaza la salud del planeta y contribuye a la alienación del trabajador con respecto a su producto.
En el punto medio está la virtud, y parece ser que ahí está el mercanarquismo. Los que aspiramos a una sociedad sin Estado entendemos que el crecimiento económico puede producirse de dos formas, natural o artificial, y que esta distinción es relevante. El “crecimiento” que la derecha halaga y la izquierda denuesta es el artificial: conducido por la mezcla del poder del Estado y la influencia de las grandes corporaciones, arrastra al mercado fuera de su equilibrio natural, y usa los problemas resultantes como justificación para seguir manipulándolo.
Tomen por ejemplo el artificio de la “responsabilidad limitada”, un privilegio que se concede a las corporaciones por la ley estatal. En un mercado libre, los dueños de una empresa soportarían el 100% de las deudas en que su empresa incurriere. En el mercado regulado, la responsabilidad de los dueños se limita a los activos que hayan invertido en la empresa (el capital). Un efecto obvio de este privilegio es que reduce los incentivos de las corporaciones a actuar de forma responsable, al atenuar las consecuencias de no hacerlo.
Un efecto secundario, percibido con menor frecuencia, es que libera un capital que, en el mercado libre, tendría que haber sido puesto en un “fondo de contingencias” o usarse para adquirir seguros para las responsabilidades en las que se incurriere; pero que aquí se usa para el crecimiento. Dicho de forma más precisa, el privilegio estatal de la responsabilidad limitada subvenciona un crecimiento que no habría ocurrido en un libre mercado.
La respuesta de la “derecha” a este fenómeno es que el crecimiento es bueno per se, por lo que ese privilegio es adecuado. La respuesta de la “izquierda” es que ese crecimiento es perverso… pero que la solución es que el Estado se deshaga mágicamente de la influencia de las élites privilegiadas mientras mantiene el control del poder que esas élites desean para sí. Por su parte, la respuesta anarquista es que el crecimiento “natural”, el que sucede como consecuencia del libre intercambio de bienes y servicios, es algo beneficioso, que trae consigo las soluciones a los problemas que pudiera causar. En otras palabras, el crecimiento no es un problema por sí mismo, sino como distorsión del mercado causada por la colusión Estado-corporaciones: y la solución a ese problema es eliminar al Estado de la partida por completo.
Mientras observamos los factores que llevaron a la recesión (o depresión, como dicen algunas personas de gran prestigio) debería ser evidente que lo que ha sucedido no podría haber pasado sin la noción de que el Estado, actuando mucho más allá de la noción de responsabilidad limitada, logró hacer creer que puede cubrir las espaldas de cualquiera y recuperar a todas las empresas que puedan naufragar en las aguas procelosas. Hasta que el colapso no fue inminente no se hablaba de tal cosa como una “burbuja inmobiliaria”. Lo que habíamos oído era que existía ese “crecimiento” adorado por la derecha y denostado por la izquierda, salvo en algunos aspectos que ésta toleró y promovió, como las casas “para los pobres”.
La burbuja inmobiliaria fue una creación estatal, de principio a fin y en su integridad. Fannie Mae y Freddie Mac nunca podrían haber sobrevivido, y por supuesto no se hubieran convertido en grandes empresas, en un mercado libre: su credibilidad era su estatus de compañías con lazos gubernamentales. Los bancos y sociedades hipotecarias tampoco habrían invertido en el mercado subprime de no haber sido por la esperanza de que el Estado les salvaría si perdían sus fortunas. Por último, los grandes inversores no habrían comprado oscuros “derivados” de deuda titulizada si esos títulos no hubieran llevado los sellos de calidad de la regulación gubernamental.
Ítem más, el comprador de casas hubiera estado más atento y menos inclinado a meterse en hipotecas entre 20 y 30 años si su compra no hubiera estado subsidiada por el gobierno en forma de deducción fiscal de los intereses de su hipoteca, o apoyada por la FHA [Federal Housing Administration], o apoyada por el gobierno como “lo que hay que hacer”.
El crecimiento subsidiado por el Estado sí es crecimiento… un crecimiento canceroso.
Artículo original publicado por Thomas L. Knapp el 20 de julio de 2009.
Traducido del inglés por Joaquín Padilla Rivero.