Un amigo preguntaba por Twitter el otro día de manera jocosa si la constitución era los “Términos de Servicio” de los Estados Unidos, a lo que respondíó retóricamente con “[Grosería]. Ya sabía yo que tendría que haber leído la letra pequeña en lugar de desplazar el texto rápidamente hasta abajo y pulsar ‘Aceptar'”.
Poco después leí un comentario sobre una clase en la que Doc Searles se refería a las reglas que gobiernan la mayoría de las experiencias online — acuerdos EULA, colocación de cookies, y otras relaciones unilaterales– como “contratos de adhesión”. En terminología legal, un contrato de adhesión es cualquier contrato que ha sido totalmente redactado por una de las partes en una relación de poder desigual, en la que la otra parte es “libre” de tomarlo o dejarlo–pero en la práctica no puede permitirse dejarlo. Casi todos los “contratos estándar” o marco usados por una industria entera son contratos de adhesión.
Nuestras relaciones con instituciones poderosas que controlan nuestras vidas están en gran parte gobernadas por contratos de adhesión. En lugar de contratos negociados individualmente, en los que jugamos un papel activo en definirlos, nos encontramos, como dice Searle, con “contratos que nunca redactamos”, que “una de las partes construyó y que a la otra parte se le requirió aceptar”.
Esta observación se aplica, obviamente, al “Contrato Social” que tanto se cita en contra del libertarismo. Al seguir residiendo en el territorio del estado, gobernados por leyes creadas en función de un “contrato” que ya estaba vigente entre la gente que vive en el territorio (o algo como eso dice el argumento), consentimos la autoridad del estado. Esto es dar por sentado lo que se pretende probar: que el estado tiene el derecho de dar ese ultimátum. Si yo me metiese en tu salón de estar y te dijese “el continuar tu estadía en este lugar implica que aceptas obedecer mis reglas”, te darías cuenta de inmediato de la premisa que estoy asumiendo arbitrariamente.
Pero esto también se aplica a nuestras relaciones con las grandes instituciones “privadas” que gobiernan nuestras vidas diarias. Tal como lo señala Roderick Long en “Cómo la Desigualdad Moldea Nuestras Vidas”, Austro-Athenian Empire, 17 de septiembre de 2010) respecto a un contrato de arrendamiento:
“¿Lo escribió usted? Por supuesto que no. ¿Lo escribieron usted y su arrendador juntos? De nuevo, por supuesto que no. Lo escribió su arrendador, o el abogado de su arrendador, y está lleno de muchas más estipulaciones de sus obligaciones hacia el arrendador que las obligaciones de éste hacia usted. Puede que hasta contenga frases tan absolutamente abiertas como ‘el arrendatario acuerda regirse por todas las instrucciones y regulaciones adicionales que el arrendador pueda estipular en el futuro’ (lo cual, si se toma literalmente, no estaría muy alejado de un contrato de esclavitud). Si usted se atrasase en pagar la renta, ¿podría el arrendador cobrarle intereses punitorios? Apuesto a que sí. Por el contrario, si el arrendador se atrasa en repararle el inodoro, ¿puede usted retenerle parte de la renta? Tan sólo inténtelo”.
Lo mismo aplica a las relaciones laborales. “Si usted trata de inventar nuevas obligaciones para [su empleador] como él lo hace con usted, mi predicción es que el resultado, digamos, lo decepcionará”. Y tu proveedor de electricidad y otros servicios básicos puede multarte por un pago tardío con mucha más facilidad que si tú quisieras obtener una devolución por interrupción de servicio. Éste principio se aplica a todos los aspectos de nuestra vida que están gobernados por grandes instituciones. “Son casos en los que un grupo de personas sistemáticamente tienen el poder de dictar los términos por los que otra gente tiene que regirse para vivir, trabajar e intercambiar”.
La derecha del movimiento de libre mercado no ve ningún problema en este estado de cosas. Cree en la letra de éstos contratos, tratándolos como genuinos ejemplos de la libre contratación entre iguales tan apreciada por los libertarios. El que todos los aspectos de nuestra vida estén dominados por instituciones gigantescas, jerárquicas y poderosas, es simplemente el resultado de como se dieron las cosas en el “libre mercado”, debido a que estas instituciones supuestamente son “más eficientes”.
Nosotros en la izquierda de libre mercado no podemos sino disentir. El poder de estas instituciones gigantescas y autoritarias, sean nominalmente “privadas” o no, no emergió espontáneamente. Son el resultado de un juego sesgado que viene jugándose desde hace ciento cincuenta años o más. Nuestra economía y nuestra sociedad terminó bajo el dominio de un directorio enjambrado de oligarquías corporativas y gubernamentales gracias al uso deliberado del poder.
Tal como lo dice el bloguero libertario “thureau”, “ciertamente no no necesitamos el libertarismo si estamos buscando una manera de justificar el hecho de que alguien te está diciendo qué tipo de flores tienes que plantar en tu jardín”.
La razón fundamental de ser del libertarismo, al menos de un libertarismo que sea atractivo para seres humanos de carne y hueso que quieran más libertad en sus vidas, es aumentar la autonomía de los individuos contra reglas arbitrarias hechas por cualquier tipo de institución. Como dice el artista anarquista Shane Thayer, “yo no quiero una sociedad que “se libere” reemplazando la bandera en el uniforme del policía con un logo corporativo”.
Los anarquistas izquierdistas de libre mercado queremos nivelar estas relaciones desiguales de poder, disolviendo concentraciones de poder tanto público como nominalmente “privado”, de manera que la libre contratación se convierta en realidad en lugar de fantasía y cortina de humo. Vemos al estado, en alianza con clases privilegiadas e intereses plutocráticos, como la causa de estas asimetrías. Los subsidios, derechos artificiales de propiedad y cárteles regulatorios fueron los parteros de la economía corporativa. Desde entonces ésta ha devenido en un ecosistema complejo en el que hasta las partes nominalmente “privadas” y “voluntarias” son fundamentalmente coercitivas.
Es atacando a la raíz de este poder, a la coerción, que nosotros los anarquistas queremos destruir al complejo corporativo-estatal.
Artículo original publicado por Kevin Carson el 20 de junio 2012.
Traducido del inglés por Carlos Clemente.